El contador de cuentos carga su taza de café. De la cafetera va cayendo el sol, la lluvia y el sudor, lentamente humeantes y negros, amargos y estimulantes. Ahora el café es la taza. El contador de cuentos teclea y bebe. El teclado es la historia, el café es el contador de cuentos. Ahora la historia es una bestia de varias cabezas que lucha contra ella misma y rueda sobre el suelo. A ella misma se golpea y, a cada golpe, se transforma de nuevo. Algunas de las cabezas mueren. Caen como hojas secas, o como sueños al pie de guillotinas bruñidas e impolutas, y ruedan hasta desaparecer. Otras cabezas nacen y nadie sabe cuál será el aspecto final de la bestia, ni que el café es la sangre corriendo por sus venas. Hay puntos, y comas, borrones y mayúsculas. Suspiros son el aire. Un golpe es la mesa. Se borran treinta o cuarenta palabras. El ojo está observando a la bestia, pero la mano se acerca hacia la taza. Ningún ojo la vigila en su viaje. La taza es una caída, y el café ahora es también la mesa y el teclado. Las historias se han desparramado entre las hojas de un libro y un sitio en la red. El café es un monstruo de dos cabezas. El contador de cuentos se ha marchado. Déjalo todo y salta, le dijo una voz desde algún lugar. Ahora están solos frente a la bestia. Todos ustedes son la historia. El café agotó todas sus vidas.
Este cuento (a modo de prólogo) corresponde al proyecto "Déjalo todo y salta" (el siguiente tras "Esa mirada azul", ya disponible aquí), que se edita a caballo entre el libro del mismo nombre y este sitio del micronón. Los cuentos aquí seleccionados no formarán parte de la edición impresa, aunque sí de la edición digital.
Imagen de Naran Pardedos
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